El teléfono sonó una y otra vez sobre la mesa de centro del apartamento de Camila.
En la pantalla, la foto sonriente de Isa brillaba con cada llamada.
Camila, sentada en el sofá con su laptop, lo ignoró por completo. Era como si el sonido perteneciera a otro universo, una interferencia lejana que no tenía nada que ver con ella.
Estaba inmersa en su trabajo, en la compleja arquitectura de un nuevo algoritmo.
Finalmente, el teléfono dejó de sonar.
Unos minutos después, vibró con un mensaje de texto. Luego otro. Y otro.
En la mansión Alcázar, Isa arrojó su teléfono al sofá con un sollozo de frustración.
—¡No me contesta! ¡Mami no quiere hablar conmigo!
Corrió hacia la biblioteca, donde su padre estaba revisando unos documentos. Se arrojó a sus brazos, las lágrimas corrían por sus mejillas.
—¡Papá, mami está enojada conmigo! ¡No contesta mis llamadas!
Alejandro dejó los papeles y la abrazó, una extraña mezcla de irritación y cansancio se apoderó de él.
—No está enojada contigo, princesa. Tu mamá está... muy ocupada ahora mismo.
—¡Pero siempre estaba ocupada antes y siempre me contestaba!
—Las cosas son diferentes ahora —dijo él, su voz era más áspera de lo que pretendía—. Dale un poco de tiempo. Vuelve a intentarlo en un par de semanas.
La promesa de "un par de semanas" sonaba como una eternidad para una niña de seis años. El llanto de Isa se intensificó.
—¡Pero yo quiero hablar con ella ahora! ¡Y el fin de semana es la excursión de esquí de la escuela! ¡Ella prometió que iríamos juntas!
Alejandro cerró los ojos por un instante. Se había olvidado por completo de la excursión.
—Yo no puedo ir, Isa. Tengo que... tengo que estar en el hospital con Vale.
—¡No quiero que vayas tú! ¡Quiero que vaya mami! ¡Llámala tú, papá! ¡A ti sí te va a contestar!
Con un suspiro de resignación, Alejandro tomó su teléfono y marcó el número de Camila.
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