La noticia de que Axon AI había conseguido el respaldo del gobierno para su nuevo proyecto de infraestructura inteligente se extendió por los círculos financieros como un incendio forestal.
De la noche a la mañana, la empresa de tecnología que muchos consideraban una simple startup prometedora se había convertido en el jugador más candente del mercado.
El teléfono en la oficina de David Romero no paraba de sonar.
El primero en llamar fue Rodrigo Ibáñez.
—¡David, amigo! ¿Cómo has estado? —su voz era falsamente jovial—. Oye, he estado siguiendo su trabajo en Axon y es simplemente brillante. Mi padre y yo creemos que hay una gran sinergia con nuestras empresas. Deberíamos reunirnos.
David se recostó en su silla, una sonrisa irónica en los labios.
—Gracias por el interés, Rodrigo. Pero nuestra agenda está completamente llena para los próximos seis meses.
—¡Vamos, hombre! ¡Siempre hay tiempo para los amigos!
—En este momento, solo tenemos tiempo para nuestros socios. Que tengas un buen día.
Colgó antes de que Rodrigo pudiera protestar.
La siguiente llamada fue de Fernando Beltrán. Su tono era diferente. Más respetuoso, menos presuntuoso.
—David. Fernando Beltrán. Te llamo para felicitarte por el contrato del gobierno. Es un logro impresionante.
—Gracias, Fernando.
—Sé que su empresa no necesita capital externo en este momento, pero el Grupo Beltrán está muy interesado en explorar una alianza estratégica a largo plazo. No buscamos una participación mayoritaria, sino una colaboración en el desarrollo de logística.
David escuchó en silencio. La propuesta era sólida, bien pensada.
—Agradezco la oferta, Fernando. Es interesante. Permíteme discutirlo con mi socia y nos pondremos en contacto contigo.
La última llamada del día fue la que más disfrutó.
—¿Señor Romero? Habla Luis Campos, del Grupo Campos.
La voz del padre de Valeria era obsequiosa, casi suplicante.
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