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El Rey Lycan y su Oscura Tentación romance Capítulo 109

VALERIA

— Estoy mejor Quinn, funciona la medicina que me dio Valeria, de hecho, es la mejor que he tomado nunca.

— ¡Celine! – ambos exclamamos con evidente alivio y ella sonríe desde la cama, aun con debilidad.

Limpio el sudor de su frente con un retazo de mi falta y la ayudo a sentarse.

— Gracias, Valeria, ¿Quinn, qué vas a hacer? – mira de repente a su hermano y yo hago lo mismo.

El Lycan destapa el frasquito y se lo toma de una vez. Ambas nos quedamos en shock.

— Listo el problema, sabe horrible, estoy seguro que te preparó una mierd4 para estabilizarte un día y que luego volvieras, posiblemente más grave— dijo alzando los hombros, sin mayor importancia.

Al final nos tuvimos que reír, aliviados por haber pasado el mal momento y aprovecho para decirle a Celine que solo su mate la podrá salvar.

— Lo siento, me siguieron a través de algo tan peligroso y yo no soy el antídoto a tu mal – le digo avergonzada, pero ella toma mi mano, es raro ver su lado suave.

— Nunca nos arrepentimos de seguirte, igual si no estuviese a tu lado, no sabría la respuesta. Ahora, era más fácil hincarle el diente a tu poder que esta solución, ¿dónde consigo un mate? Espero que no sea un maldit0 chupasangre o prefiero morirme en agonía – me dice poniendo los ojos en blanco, en lo que se va levantando.

Quinn la ayuda y yo me trago mis palabras.

La Diosa es media cabrona y me ha demostrado, que siempre termina mandándote lo que menos deseas.

Salimos así de la casa de esa desagradable mujer, la noche ya se cernía sobre nosotros, en realidad, a penas y habían pasado como dos horas desde que nos separamos del odioso Rey.

— Chicos, necesito hacer algo rápido, espérenme aquí – les pido a los dos en el mismo callejón a oscuras donde me encontré con Alondra.

— Valeria, ¿en qué problema te vas a meter ahora? No te separes de nosotros – Quinn me agarra de la mano, preocupado.

— Es rápido, tranquilo, puedo usar mi poder, nadie me va a detectar – le aseguro y aunque reacio, al final me deja ir.

Las sombras son mis aliadas y me oculto en ellas, oscuridad es lo que más sobra en este decadente pueblo.

Espío detrás de las ventanas y las casas, voy en la dirección hacia donde vi irse a esa señora y el pequeño. Este pueblo no es muy grande, pero yo no tengo mucho tiempo.

— Vamos, ¿dónde estás? – en eso llega a mi oído el llanto bajo de una mujer.

Lo sigo a través de un callejón sin salida, me apoyo en la vieja pared de madera y observo agazapada en la esquina de la ventana abierta, la escena de esa señora llorando, con el niño en sus brazos en un cuartico pobre, solo iluminado por la luz de una vela parpadeante.

“Ay Diosa que no se haya muerto” suplico al ver su bracito pálido y sin fuerzas, cayendo por fuera de la manta amarillenta.

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