VALERIA
— Valeria ¿qué haremos? No puedes darle a ese psicópata lo que desea, nosotros…
— Quinn, la verdad no te puedo prometer que todo esto va a salir bien, pero haré todo lo que esté en mis manos para salvarlos – le dije en murmullos, sin muchos detalles, por la cercanía del enemigo.
Y porque sencillamente yo no tenía idea de cómo desbloquear el hechizo en esos collares, iba a ciegas, confiando en la magia que dejó mi madre para protegerme.
— Su majestad, solo quedamos nosotros – miré a mi espalda sacudiéndome la ropa para ver satisfactoriamente a la mitad de los vampiros que sobrevivieron.
Algunos incluso mostraban heridas, de aquí no puede salir ni uno vivo.
— Bien, pensé que llegarían menos, así que no estamos tan mal – les responde como si estuviese hablando de animales y no de su misma gente.
Ni siquiera sé por qué siguen a ese desgraciado, será por miedo, supongo.
— Es el momento princesa, vamos, ustedes cuiden a sus amiguitos de cerca – ordena caminando hacia mí y aprieto los puños llena de impotencia cuando observo como rodean a Quinn y a Celine.
Maldici0n, estoy atada de pies y manos, por la Diosa que todo esto funcione.
Lo fulmino con la mirada y resoplando me doy vuelta para emprender el camino hacia la estructura que veo a lo lejos.
Lo que observaban mis ojos era algo demasiado difícil de describir, se me ponía la piel erizada por la energía y la magia increíble que desprendía este sitio.
Mientras caminaba por lo que parecía un ancho puente plateado, lleno de arabescos y grabados, alcé mi cabeza para observar los rostros de las gigantes estatuas de mujeres.
Sus rostros demasiado vívidos y las túnicas parecían que en cualquier momento se moverían con el viento. Se recostaban a las gruesas columnas que elevaban en arcos el techo, un techo que se fundía con el mismo cielo.
Las estrellas titilaban sobre nuestras cabezas y la luz de una inmensa luna llena en el horizonte, alumbraba toda la instancia.
Avanzamos paso a paso, metros y metros, como pequeñas hormigas en un mundo de gigantes.
El sonido del agua en nuestros oídos.
Me acerqué al borde del ancho puente y no se podía ver el fondo, cascadas bajaban de pequeñas islas suspendidas, del mismo puente el agua caía y fluía en un río que no me imaginaba a dónde llevaba.
Todo era demasiado mágico y etéreo, pero pronto, llegamos al primer obstáculo.
Un enorme círculo, como una puerta cerrada gigantesca, era lo que esperaba al final del camino.
— Ahí está el panel de instrucciones, ábrela – me señaló con la cabeza y pude observar que no estaba tan tranquilo como pretendía.
Yo también me encontraba en extremo nerviosa.
El llamado panel no era más que un pedestal de plata y sobre él, la réplica redonda en miniatura de la puerta.
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