VALERIA
El Rey Vampiro no deseaba el poder de Umbros, siempre me pregunté como podía ser tan idiota como para querer controlar un mal tan grande, pero sus ojos estaban puestos en este poder, toda la magia reunida de las Selenias que sellaban este espacio.
Si sacaba esto de aquí, Umbros encontraría la manera de liberarse.
Dudé, mis dedos a centímetros de la luz roja.
— ¡Tómala, tómala Valeria o voy a sacarle la garganta a esos hombres lobos con mis manos! ¡JURO QUE LOS ASESINARÉ, TÓMALA YA, TÓMALA! – me gritaba como un demente, incluso escuché el chapoteo de la sangre.
Se atrevió a meterse en la laguna, tanta era su ambición por ser más poderoso.
“Tócalo Valeria, solo tócalo” la voz de mi vieja magia resonó en mi mente y al fin me estiré de puntillas para fundir mis dedos en la fría piedra carmesí.
Recuerdos brillaron como flash en mi mente.
Una mujer poderosa sentada en su trono de oro, ojos azules, cabello negro largo, su felicidad hacía latir mi corazón viéndola acariciarse el vientre frente a un espejo, anhelaba tanto la llegada de su hija.
Lágrimas y gritos, el llanto de una bebé y esa mujer la abrazó llorando y le dio un beso en la frente, para dejar el pequeño bultico envuelto en cálidas mantas en las manos de ese hombre, de ese mismo que ahora me obligaba a hacer esta maldad.
“Diosa, lo único que deseo por ser su sierva, es poder ver algún día a mi hija, por favor permítame ver a mi Valeria”
Los recuerdos cesaron, las lágrimas corrían por mis mejillas, pero no tuve tiempo de limpiármelas cuando un ruido como de lucha se escuchó a mi espalda.
Me giré conmocionada, las estatuas… las estatuas de las mujeres habían cobrado vida y luchaban contra el Rey Vampiro.
Un escalofrío recorrió mi columna cuando sentí el peligro venir desde mi espalda.
Me lancé hacia la laguna sin pensarlo, el sonido estridente se escuchó junto al polvo y la sangre salpicando.
Caí de espalda y me senté intentando no ahogarme, miré hacia arriba llena de horror, la estatua de la mujer sentada sobre la luna había descendido y me miraba asesina, la lanza en su mano se había clavado donde yo estaba parada hasta hace unos segundos, haciendo trizas la fuente.
Había despertado a las guardianas Selenias.
— ¡Soy de su raza, no quiero pelear, él es la amenaza, es él! – le grité, pero no parecía entender razones.
Saltó como una guerrera desde la fuente, tenía forma de una enorme estatua de tres metros y comenzó a atacarme con la lanza.
Saqué entonces todo mi poder, no pensaba morir, aquí, no podía, protegería mi cachorra como fuese, así que convoqué por voluntad propia mi transformación.
Sentía el viento susurrar en mis oídos cada vez que esa arma mortal pasaba a milímetros de mi cuerpo, mi velocidad al máximo esquivando sus ataques.
Mi ropa empapada, la sangre de la laguna salpicaba mi rostro, batí mis alas y volé lejos que la amenaza, pero ella era demasiado rápido, certera y poderosa.
La punta afilada se abalanzó para perforar mi pecho, me giré a penas de lado y mis garras sacaron chispas con la plata.
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