VALERIA
Comenzó a caminar de nuevo en dirección al Rey Vampiro, lo supe muy bien, él las estaba engañando al beberse la sangre de mi madre que había guardado, esa que estaba destinada para mí, ella estaba confundida, solo guiándose por el instinto del lazo que había dejado atrás para fortalecerme.
— ¡Yo también tengo tu sangre, Gabrielle! ¡¿Cómo no puedes reconocer ni a tu propia hija?! – le grité encolerizada.
Ya todas las guardianas se estaban girando hacia mí, ahora yo era la intrusa, el Rey Vampiro se estaba disfrazando como una de ellas, como una Selenia y la sangre de Gabrielle era mucho más poderosa que mi defectuoso poder.
¿Qué hago, maldici0n, qué hago? Iba a morir con seguridad, nunca resistiría su ataque y mientras yo moría él robaría el corazón.
¡Eso es, el corazón!
Miré hacia la fuente que había quedado desprotegida, los segundos pasaban, tenía que tomar una decisión y hacerlo ya.
“¡Roba el corazón Valeria, roba el corazón y libera a tu madre, rápido!”, la voz en el interior del colgante me incitaba a cometer locuras.
Abrí mis alas y volé como el viento, frente al poder de tantas Selenias estiré mis garras afiladas y las clavé en las piedras y la plata, escarbando la energía mágica que recorría mis dedos y lo tomé en mi mano.
Gritos y alaridos se escucharon, el salpicar de pasos y presencias poderosas corriendo hacia mí, moví mis alas como nunca antes, volé desesperada por el camino de regreso, la adrenalina corriendo por mis venas, los pulmones doliendo mientras las guardianas me perseguían para recuperar lo que tan celosamente habían cuidado por milenios.
Los barrotes de la prisión temblaron, este mundo se estremecía, y las barreras se adelgazaban, a lo lejos, en medio de la oscuridad, escuché el rugido de algo tenebroso, que hacía morir de miedo hasta el más valiente.
Sin embargo, nunca miré hacia atrás, mientras las ruinas se desmoronaban, yo solo escapaba apretando el caliente poder contra mi pecho.
El sonido estridente de una puerta cerrándose llegó a mis oídos, la estrada se estaba bloqueando, la única salida que conocía de este lugar, así que me abalancé al mismo abismo que había cruzado para llegar a la isla y redoblé mi aleteo.
Me dolía todo el cuerpo, la boca abierta respirando agitada, mi poder decadente saliendo hasta los límites a donde nunca lo había forzado.
Al dejar la isla, gritos de lamentos se escucharon a mi espalda y me atreví a mirar por un segundo, estatuas de mujeres me llamaban desesperadas, estiraban sus manos, arrodilladas, para intentar agarrarme, instándome a regresar, queriendo impedir las calamidades, pero no iba a volver, lo sentía, pero no iba a morir aquí.
— ¡¡MALDIT0 ENGENDRO!! – una maldición se escuchó muy cerca y casi infarto cuando vi la neblina persiguiéndome, era el Rey Vampiro que se había liberado.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: El Rey Lycan y su Oscura Tentación