EL REY VAMPIRO
Así que me levanté casi sin poder respirar y gritando como un demente me le abalancé con las garras y mis caninos afuera.
Ella también se abalanzó hacia mí. Luchamos como en antaño, solo que esta vez era a muerte de verdad.
Mis ataques iban a su garganta, a sus ojos, su pecho, sus puntos débiles, y ella solo esquivaba y esquivaba, estaba jugando conmigo, como una mascota, me llevaba de la correa hacia donde quería.
Su mano de repente me agarró la cabeza de frente, incrustando sus garras hasta el punto, que pensé que me haría puré el cerebro.
La ataqué furioso y descoordinado, buscando herirla en el pecho, pero eso no parecía ni hacerle cosquillas a su cuerpo.
Su rostro hermoso y cruel se acercó al mío, lleno de odio y rencor.
— No creas que será tan fácil Kael, mientras viva y esta vez pienso hacerlo durante mucho tiempo, tú estarás siempre a mi lado, ¿no querías ser parte de mí, no deseabas mi sangre y mi poder?
Sus palabras viciosas me congelaron, sus garras se hundían más y más perforando mi cráneo, hasta el punto que caí de rodillas por el dolor, agarrando su muñeca con desesperación y apretando los dientes para no gemir en agonía y humillado.
— ¡Vete a la mierd4, maldit4 Gabrielle, tú y tu hija se pueden morir! ¡Si la hubieses tenido conmigo, si me hubieses mirado, aunque sea una vez, esto no hubiese pasado! – le grité empujándola y liberándome, sentía mareos y de los agujeros en mi cabeza bajaba más y más sangre.
Me intenté levantar, pero no podía, ¡nada me respondía en el cuerpo!
Sentía un ardor terrible dentro de mis venas, como si fuese líquido corrosivo y no sangre vital lo que corría por ellas.
— Regrésame lo que me pertenece, ladrón – sentenció sin siquiera alterarse.
Inmutable y elevada como siempre. Todos le decían la piadosa, pero solo yo sabía lo sanguinaria que podía ser esta mujer con sus enemigos.
— ¡Aaahhh! – no pude evitar gritar cuando por todos los poros y cavidades de mi cuerpo la sangre de Gabrielle comenzó a brotar.
Me estaba drenando en vida, comencé a arrastrarme por el suelo de oro, debía escapar, sabía que no me mataría tan fácil, ella me torturaría por siglos.
Hice por convocar de nuevo mi poder, pero volví a gritar de agonía cuando un brazo fue arrancado de cuajo de mi cuerpo.
Miré a través de la neblina de intenso dolor y de las lágrimas de sangre, a la puerta de entrada a la prisión de Umbros, podía sentir sus vibraciones inestables.
Una idea suicida, apareciendo en mi mente.
Prefería una muerte rápida a una lenta y dolorosa por siglos.
Al menos, si ella no moría, lo haría su maldit4 preciada hija.
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